viernes, 15 de octubre de 2010

Chloe

Me dirigía a mi clase tranquilamente, sin prisas, porque había salido muy pronto y no quería tener que esperar allí sola demasiado tiempo.

Llegué al local donde daba clases de baile. Era un edificio enorme, lleno de luces, y se rebosaba alegría, y se respiraba música y baile por todas partes. Sonreí, aquel sitio me encantaba, aunque yo parecía no gustarle a los que estaban dentro.

Había empezado a dar clases hacía apenas un mes, cuando me había trasladado a la ciudad, porque quería empezar cuanto antes a hacer algo. A moverme, a no quedarme todo el día encerrada en casa leyendo los libros de medicina que me imponían mis padres.

Entré en el vestuario y me puse la ropa de baile. Aquel día tocaba Hip Hop, y estábamos preparando una nueva coreografía. En realidad, quien quisiese podría apuntarse a un concurso que había organizado la academia, realizando esa misma coreografía.

Mi profesor, James, me había insistido en que debía participar, para adaptarme y eso, pero yo no me sentía capaz. Tenía demasiada vergüenza.

La clase transcurrió de manera normal, sin incidentes. Llena de pasos, y aderezada con un par de miradas de odio y envidia.

Parecía que la gente me odiaba por instinto, por algo que yo no llegaba a comprender.

Suspirando, emprendí el camino de vuelta a mi casa.

Fue entonces cuando los vi.
Los amigos de Daphne.

Iban en un descapotable bastante curioso, estridente incluso, y se reían a mandíbula batiente.

Intenté que no repararan en mí, pero fue inútil. Me observaron con desprecio, e hicieron un comentario tras el cuál comenzaron a reír.

Esperaba que no fuera sobre mí, aunque no me extrañaría nada. Ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas, y había aprendido que, o las pasaba por alto, o me estaría atormentando toda mi vida

Una vez en mi casa, me encontré con que mis padres, para variar, aún no habían llegado, y me puse con los deberes. No tardé ni cinco minutos en acabarlos, y me puse a estudiar el último libro de medicina que me habían encasquetado.

En aquel momento odiaba mi vida.

Al cabo de un rato me cansé de estudiar, y estampé el libro contra el suelo.

- Ya estoy harta- murmuré, y sin saber cómo los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas.

Me senté con las piernas cruzadas encima de la cama, con las manos cubriéndome la cara, llorando.

La agonía que sentía en aquel momento era incomparable. La soledad, dolorosa, tremendamente dolorosa, prácticamente mortal.

¿Cómo puede sobrevivir una adolescente de hoy en día con la única compañía de unos padres que no estaban nunca en casa?

En aquel momento, como si oyese mis pensamientos, mi perrita Mina entró en mi habitación y se subió a mi cama, acurrucándose en mi regazo.

Parecía decir “Siempre me tendrás a mí”

La acaricié con ternura, sin poder evitar pensar en lo patético que era que tu mejor amiga en el mundo fuera tu mascota.

Pero aquel era el adjetivo que definía mi vida: patética.

5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Acabo de leer todos los pedacitos y me encanta!! teneis que escribir rápido porque sino me va a dar algo! jajajaja en serio, me gusta mucho, seguid así. Un besoo

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  3. Muchísimas gracias Belén !! :D

    Seguimos!

    Un besazo(:

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  4. Te tomo la palabra con lo de hacerme el altar, Cristina, porque me llevo el banner a mi blog (lo pongo en mi cuadrito de afiliados.

    ¡Un beso y seguid con ello que tiene muy buena pinta!

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  5. Buó, qué desastre.
    Ni cerré el paréntesis, ni puse un "jijiji" detrás de lo del altar, para que supieras que bromeaba... jajajaja

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