miércoles, 6 de octubre de 2010

Chloe

Tuve que esforzarme muchísimo para no empezar a sudar allí mismo cuando entraron los dos chicos.

Eran tan perfectos que me dejaron sin respiración nada más verlos. Y ese aire de misterio... los hacía irresistibles.

Había visto muchos chicos en mi vida (está bien, puede que no muchos, pero sí bastantes) pero ninguno se podía comparar con aquellos. No les llegaban ni a la suela del zapato.

Cuando salimos de clase, me acerqué a aquella chica.

Sonreí tímidamente por unos instantes, antes de darme cuenta de que ni siquiera me había mirado y había pasado de largo, a pesar de ser evidente que sabía que iba a hablar con ella.

No me di cuenta de la importancia que había tenido esa indiferencia por parte de la que parecía ser la "líder" del instituto hasta que miré a mi alrededor.

Solo luego, cuando vi que todo el mundo me comenzaba a mirarme con desaprobación, riéndose de mí en voz baja, caí en la cuenta. Así habían empezado todos a odiarme en los otros institutos.

Siempre que intentaba hablar con alguien, se burlaban de mí sin motivo aparente. Debía de aparentar ser fácil de manejar, débil e indefensa.

Mis sentimientos no parecían importarle a nadie.

Mis padres no lo comprendían, parecía como si su única misión en la vida fuera asegurarme un futuro. En parte sí, debían hacerlo, pero no de aquella manera. Pasando de mí en lo respectivo a mis problemas de adolescente. Yo no sabía de nadie a quien sus padres lo trataran así.

Pero, cuando no me estaban imponiendo nada, eran muy agradables, y los quería mucho.

Aparte de ellos el único ser que me quería era mi perrita Mina. Pero claro, esto tampoco contaba. Mi pequeña westie (una perrita de pelo largo y blanco) me querría aunque hubiese matado a alguien.

Aunque, por supuesto, solo pensar en la sangre me mareaba.

Una vez de pequeña había encontrado un pajarito muerto. Había estado llorando dos semanas por el pobre pajarito, a pesar de que mis padres me decían que había ido a un lugar mejor. “¿Qué lugar puede haber mejor que éste?” les repetía yo cada vez que me lo decían, y me echaba a llorar otra vez.

En el instituto me pasaba igual. Era demasiado sensible. Cualquier cosa que me decían me emocionaba. Si me dirigían la palabra era realmente feliz. Pero nadie me decía nada, solo me miraban de una forma extraña.

Miré a aquella chica con la que me había chocado. No me había mirado como los demás, pero eso no era una buena noticia para mí, porque simplemente me estaba ignorando.

No me había mirado, ni de reojo, en todo lo que llevábamos de clase. La única muestra que había dado de que se había dado cuenta de mi existencia era no haberse sentado encima de mí.

Ahí estaba ella, tan elegante, regia, tan popular…

Y a su lado aquel chico, visiblemente su novio, que no paraba de mirarla… cuántas veces había deseado yo algo parecido.

Que alguien me mirara de aquella forma.

No es que quisiera ser la más popular del instituto. Yo sueño, sí, pero con cosas posibles.

Simplemente me conformaba con tener varios amigos. Con eso ya sería feliz.

Mi madre siempre decía que era muy fácil contentarme, que me conformaba con cualquier cosa que me quisieran dar. Yo siempre le respondía que, cuando estás acostumbrada a que no te hagan caso, cualquier mínimo rastro de atención que aprecies debía ser bien recibido. Ella me contestaba que así no llegaría a nada, y luego yo le ignoraba. Manteníamos esa conversación como mínimo una vez a la semana.

Observé otra vez a aquella chica, que en aquel momento charlaba con su novio. Al contrario de lo que pudiera pensar cualquiera, no parecía muy animada, si no que parecía tratarle con la misma indiferencia con la que me había mirado a mí.

Me sorprendí queriendo saber más cosas sobre aquella misteriosa chica. La misteriosa morena de ojos azules, con un novio perfecto, una vida social perfecta… y a la que aquello no parecía importarle lo más mínimo. Increíble.

Imposible, más bien.

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