domingo, 1 de mayo de 2011

Chloe

En cuanto salimos al recreo, al día siguiente, vimos un gran cartel:

“BAILE DE INICIACIÓN. MAÑANA A LAS 20:00"

- No voy a ir- sentencié.

- ¿Por qué?- se escandalizó- ¡Tienes que ir! Si no serás una marginada social.

Le dirigí una sonrisa amarga.

- Ciara, ya lo soy, ¿Qué más da si voy o no? Además, no tengo ningún vestido elegante.

- Si que importa si vas o no, porque si no vas, estarán ganando ellos- dijo ella de forma severa, poniéndome una mano en el hombro- Además, si no voy a ir yo sola, ¿no me irás a hacer eso?

- Pero…-protesté.

- No hay peros que valgan- cortó ella, de una manera tan decidida que no me pareció la Ciara que yo había conocido- Y lo del vestido, lo arreglamos fácilmente. Esta tarde no iremos al cine.

- ¿No?- me desilusioné yo.

Esta vez sí que me apetecía ir.

- No, iremos de compras. Encontraremos algo perfecto.

Fruncí los labios, dejando que ella zanjase el tema. Tenía la impresión de que aquello no iba a salir bien.

Primeramente, odiaba las compras con toda mi alma. No me gustaba eso de tener que buscar ropa y luego probártela, me parecía un poco una pérdida de tiempo.

Además, eso de ir con Ciara... tampoco me hacía mucha ilusión. Me parecía que no había suficiente confianza.

Aquella tarde, quedamos a la salida de mis clases de baile (Ciara no hacía nada fuera del instituto), en un centro comercial cercano.

Entramos en la primera tienda de ropa, y Ciara empezó a moverse a tal velocidad que la perdía a cada poco tiempo.

Yo me limité a quedarme inmóvil en el centro de la sala, dejando que ella me colgase en el brazo todos los vestidos que iba encontrando.

Después de revisar toda la tienda, por si se le escapaba alguno, me empujó hacia los probadores, y me hizo desfilar con cada vestido que me probé.

Y así con todas las tiendas. Ella encontró el suyo muy fácilmente, uno negro sencillo, con mucho vuelo, pero a mi me costó más.

Llevábamos ya casi cuatro horas mirando en tiendas, y yo ya no podía ni con mi alma, cuando encontramos lo que Ciara denominó “el vestido perfecto”.

Era azul celeste, palabra de honor. Se fruncía en la cintura, y la falda tenía mucho vuelo, y era también lisa.

No me acababa de convencer, pero de ninguna manera quería seguir mirando tiendas, así que me resigné, me tragué mis quejas, y compré aquel vestido.

Cuando volví a mi casa, me tiré en la cama, y me dormí pensando que aquello seguía sin darme buena espina.

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