lunes, 20 de diciembre de 2010

Chloe

Observé como se iba, impotente.

¿Se podía saber qué diablos le pasaba a esa chica?

Yo no había dicho más que verdades y ella, que siempre parecía impertérrita, de pronto se había enfadado.

Tenía que reconocer que también estaba preocupada por ella. No parecía estar muy bien, y teniendo en cuenta que estaba llorando... no parecía el tipo de persona que llorara muy a menudo.

Me encaminé hacia clase. Los pasillos estaban vacíos, y, sin saber por qué, un escalofrío recorrió mi espalda.

La soledad estaba por todas partes. Parecía seguirme, como queriendo envolverme. Como diciéndome:

“Siempre estarás sola”

De alguna manera, aunque suponía que sin mala intención, mis padres habían contribuido a mi falta de amigos.

De pequeña, estaban tan ocupados que nunca en mi vida me habían sacado de casa. Nunca había ido al parque a jugar, como hacían todos los otros niños.

Me habían metido en una guardería privada, donde se suponía que fomentaban nuestra inteligencia, pero más bien lo que hacían era separarnos, cada niño por su lado, e intentar enseñarnos cosas que no deberíamos empezar a aprender hasta que entrásemos en educación primaria.

Luego, mientras iba creciendo, me iban diciendo que lo mejor era quedarse en casa, estudiando, para labrar un futuro.

Decían que se me daba bien la medicina, que debería fomentarlo lo máximo posible. Que lo llevaba en la sangre. Que era una buena carrera, con un buen sueldo, y que de mayor iba a salvar muchas vidas.

Ellos también ejercían la medicina, y puede que en ocasiones, cuando era pequeña, hubiese sentido celos de sus pacientes.

“Pasáis más tiempo con ellos que conmigo” les recriminé una vez.

“Es trabajo, cariño” me contestó mi padre, sin levantar la vista del periódico “Pero sabes que te queremos”

En cierto modo, mis padres tenían la culpa de todo. Había crecido sola, y sola me iba a quedar. Pero no podía decirles nada, ellos pensaban que lo que hacían lo hacían por mi bien.

Llamé tímidamente a la puerta de clase.

Se oyó un “Adelante”, tras el cual respiré hondo y abrí la puerta.

La clase se llenó de murmullos de sorpresa.

“Yo llegando tarde” pensé “Deben de pensar que es un sacrilegio para mí”

Y en cierto modo, antes lo era, pero en aquellos momentos todo me daba absolutamente igual.

- Llega tarde, señorita- me recriminó la profesora de física.

-No volverá a pasar…- murmuré con la cabeza gacha.

Acto seguido me encaminé hacia mi pupitre y me senté, abriendo el libro de física por una página cualquiera.

La clase transcurrió sin mayor percance, excepto alguna que otra mirada mal disimulada en mi dirección, muchas veces acompañada de risitas.

“Me odian” pensé, apesadumbrada “Y lo peor es que no puedo hacer nada para evitarlo”.

Una vez sonó el timbre, me apresuré a recoger mis cosas.

- ¿Estás bien?- la voz de Ciara me sobresaltó, haciendo que se me cayera una libreta.

Me agaché a recogerla.

- Si- mentí- no te preocupes.

Ciara entrelazaba las manos con gesto nervioso.

- ¿Te parece que hagamos algo esta tarde?- me preguntó.

Ladeé la cabeza.

En realidad nunca nadie me había invitado a ir al cine, y en cualquier otro momento habría aceptado, quizá demasiado eufóricamente, la propuesta de mi nueva amiga, pero me di cuenta, con cierta sorpresa, de que no era al cine a donde deseaba ir en aquel momento.

- Me gustaría mucho- dije- Pero tengo que ir a clase de baile.

No me gustaba nada mentirle, puesto que así no se labraban las amistades, pero había algo que me impulsaba a hacerlo.

- Oh- murmuró, apenada- pues otro día será.

Le sonreí para intentar arreglarlo.

- Claro que sí.

En ese momento, pasaron los dos hermanos, que parecían estar siempre juntos, por nuestro lado.

No pude evitarlo y les miré, era algo a lo que no podía resistirme.

Para mi desgracia, Arniel pareció darse cuenta de que le miraba, y giró la cabeza hasta clavar sus ojos verdes en los míos.

Me quedé sin respiración cuando sonrió y me guiñó un ojo.

Casi empiezo a hiperventilar, pero él se limitó a seguir andando, tranquilamente.

Me despedí de Ciara con un movimiento de la mano y me apresuré a llegar a mi casa. Una vez allí, dejé la mochila, comprobé (no sin una fuerte resignación) que mis padres, como de costumbre, no estaban en casa, y volví a salir del edificio.

Fui andando tranquilamente hacia el sitio donde me había chocado aquella vez con Daphne... y me encontré cara a cara con una construcción muy elegante, una vivienda de un solo piso y un estilo extremadamente moderno. Parecía muy cara.

No me lo pensé dos veces y avancé hacia la puerta. Una vez allí, respiré hondo antes de presionar con fuerza el botón del portero automático.

- ¿Qué haces aquí?- contestó la voz fría de Daphne.

El objetivo de la videocámara me parecía incluso amenazador, sobre todo sabiendo quién era la que me estaba observando a través de él.

- Eee... yo...- balbuceé. Ni siquiera sabía muy bien por qué estaba allí- Venía a ver cómo estabas...

Transcurrieron unos instantes que se me hicieron eternos. Después, se oyó el sonido que indicaba que la puerta estaba abierta.

Entré con rapidez, y me encontré ante un hall equipado con una gran variedad de muebles antiguos, de madera oscura.

Daphne estaba esperándome en la puerta, sin apoyar el pie izquierdo. No sabía si eran imaginaciones mías, pero me pareció verla sonreír ligeramente al verme.

- Estoy bien- aseguró.

En realidad, parecía muy tranquila.

- Yo... bueno, es que como... ya sabes...- se me quedó mirando fijamente, divertida- No se expresarme.

- Ya veo- se rió entre dientes- De verdad que estoy bien, pero necesito descansar. Así que, si no te importa, me voy a echar un rato.

Asentí.

- Vale... mejórate- dije mientras me giraba para irme.

- Eso haré. Chloe- me llamó. Me di la vuelta- Gracias.

Y acto seguido cerró la puerta bruscamente.

Sonreí antes de volver corriendo a mi casa. Sí, definitivamente, me caía bien aquella chica.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Daphne:

El caos total reinó en el campo tras aquella interrupción. Ya le habíamos advertido de que no estaríamos solos, pero nunca hubiésemos imaginado que se trataran de ellos… y mucho menos que se opusieran a cedernos parte del campo.

En aquellos momentos, el dolor que sentía en el tobillo se vio eclipsado por la rabia y la vergüenza. No podía entender como Lance podía ser tan imbécil.

Tuve que alejarlos a todos mientras el entrenador charlaba abiertamente con aquellos dos.

Siempre ganarían ellos… lo tenían todo a favor.

La campana sonó antes de lo que esperaba. Pero antes de que pudiésemos dar un paso más. Nuestro entrenador nos retuvo, acompañado por Yasher y Arniel.

-Los atletas que participaréis en el campeonato escolar, quedaros. El resto al vestuario.

Su voz sonaba ronca, distorsionada. Parecía afectado por algo.

-Chicos… Chicas…

Lorelay se acercó a mí y apoyó su mano izquierda en mi hombro. También lo veía venir…

-Tengo que comunicaros que este año se suspenderá el campeonato escolar…El instituto rival ha sufrido numerosas bajas… En fin, algún año tenía que pasar.

En aquel momento noté una fuerte presión en el pecho. No podía ser cierto.

-Ellos dos podrían volver a su equipo- murmuró Lance observando a Yasher y Arniel con una profunda expresión de rencor.

-Eso solo sería posible si ellos accedieran, aunque de todas formas no llegarían para completar el equipo. Lo siento.

Me deshice del agarre de Lorelay justo cuando noté como las lágrimas luchaban por salir. No iba a permitir que me vieran en aquel estado.

Me dí la vuelta y comencé a caminar lo más rápido que mi tobillo lesionado me permitió.

-¡Daphne!

Esperaba que fuese Lance, siempre dispuesto a ayudarme. Pero no tardé en reconocer la voz, los pasos rápidos… Yasher.

-¿Estás bien?

No quise girarme.

-Perfectamente…

-Deberías ir con Lorelay, tu tobillo no tiene buena pinta y quizás necesites ayuda.

-Ella…está ocupada. ¿No es así?

Él pareció dudar, pero finalmente respondió.

-Arniel está hablando con ella.

-A eso me refería… Es una lástima lo del campeonato. Lo hubiese dado todo para verte perder.

-Vamos en el mismo equipo. ¿Tanto me odias?

-Adiós, Yasher.

Giré hacia la derecha y entré en el gimnasio para recoger mis cosas. El vestuario ya estaría vacío, por lo que no tendría problemas para ocultar las lágrimas que ya comenzaban a resbalar por mi rostro.

Abrí la puerta de los servicios de un golpe y arrojé la mochila a un rincón.

-¡Ay!

Giré la cabeza y flexioné las rodillas inconscientemente en aptitud defensiva hasta que mis ojos se toparon con los suyos color miel.

-Chloe- susurré frunciendo el ceño- pensé que estarías en clase, la campana ya ha tocado.

Apartó mi mochila a un lado y apoyó la cabeza contra la pared al tiempo que sus ojos se entrecerraban.

-Daphne… ¿Estas llorando?

Me lavé la cara con cuidado, sin perderla de vista en ningún momento. Pero; al parecer, ella no estaba dispuesta a salir de allí durante toda la hora. Sonreí para mis adentros.

-Puede.

-¿Qué ha pasado?

Elevé las comisuras de los labios hasta formar una media sonrisa.

-Han suspendido el campeonato.

-Vaya, lo siento. ¿Qué han dicho los atletas? Lance, Brad, Lorelay…

-Me trae sin cuidado lo que piensen los chicos, pronto encontraran alguna otra competición. Lorelay… está demasiado ocupada pensando en Arniel como para llorar por algo así.

-Oh.

Volvió a agachar la cabeza; esta vez con un destello preocupado en la mirada.

-Has… conocido a una de las nuevas- murmuré apoyándome en la pared.

-Ciara.

-Si. Parece agradable.

-Lo es.

Asentí con la cabeza y rebusqué en mi mochila en busca del horario que jamás me aprendería. Nos estábamos saltando física. Probablemente se estaba muriendo por dentro.

-¿Cuántas cases te vas a saltar?

Chloe me desafió con la mirada.

-¿Y tú?

-Yo me voy ya- murmuré.

-¿Te…vas?

-Necesito reposo. No creo que pueda caminar bien mañana.

-Pero... tus notas...

-No necesito estar en el instituto para sacar buenas notas, soy inteligente, solo juego bien mis cartas.

-¡No te entiendo!- gritó desesperada- No sé como te puede salir todo tan bien… Faltas a clase, andas con gente poco recomendable y sin embargo eres la persona más popular del instituto. Hija perfecta, amigos perfectos, notas perfectas… vida perfecta.

-Eso no es cierto- gruñí- Tú no me conoces, Chloe… y por tu bien será mejor que no lo hagas.

Frunció el ceño, desconcertada.

-Eres…

-Diferente.

Cogí mi mochila y salí sin ni siquiera mirar atrás.

domingo, 24 de octubre de 2010

Chloe

Suspiré.

Observamos cómo salían todos hacia el campo, en masa. No iba a quedar nadie en el gimnasio.

- ¿Qué te parece si los seguimos?- propuse.

- Buena idea- sonrió Ciara- si no, nos quedaremos solas.

Estuvimos hablando todo el trayecto, y descubrí que teníamos algunas cosas en común. No muchas, pero las suficientes como para hacernos amigas.

Intenté no ilusionarme muy rápido.

Una vez en el campo, caí en la cuenta de que nunca antes había estado allí.

Era el típico campo de fútbol, muy bien cuidado, con la hierba de un verde intensísimo perfectamente cortada.

En mi antiguo colegio era todo lo contrario. Bueno, más bien no tenían ni campo, era asfalto, y la gente tenía que practicar allí todo tipo de deportes, si es que querían hacerlo.

Fruncí el ceño al ver, en el centro del campo, un revuelo tremendo. Miré a Ciara significativamente y salimos corriendo hacia allí.

Sorprendida, observé cómo Yasher y Lance (el novio de Daphne) discutían muy violentamente.

- ¡No tenéis derecho a venir aquí y quitarnos el sitio!- vociferaba Lance.

Yasher se limitó a quedarse mirando a su oponente, amenazante.

- ¿Me oyes, subnormal?- seguía gritando el otro.

En ese momento, Daphne salió de entre un montón de gente, y se puso entre los dos.

- ¡Ya están bien!- parecía muy molesta. Se dirigió a su novio- Lance, no seas imbécil, sabes perfectamente que tienen derecho a usar el campo, por mucho que nos joda eso.

Lance pareció ablandarse un poco ante la intimidante presencia de su novia, o quizá era que nunca se atrevía a llevarle la contraria (yo tampoco lo haría, teniendo en cuenta le expresión sombría que tenía en esos instantes), y Yasher exhibía una sonrisa triunfal.

Daphne le fulminó con la mirada, pero éste se limitó a levantar ligeramente las cejas.

Fruncí los labios, parecía que esos dos chicos iban a traer muchos problemas. Sin embargo, eran tan atractivos que probablemente todas las chicas (excepto, claro estaba, Daphne) se lo perdonarían todo al instante.

Me preguntaba si yo misma estaba entre esas chicas.

viernes, 22 de octubre de 2010

Daphne:

-…entonces fui a la 207…

La voz de Lorelay resonaba como un eco en mi cabeza. No tenía fuerzas suficientes como para poder prestarle atención.

-¡Son increíbles! Nunca había visto a nadie como ellos… No se sus nombres, no quisieron responderme a eso, pero no los necesito. El mayor parece un rebelde… pero creo que tengo más oportunidades con el de ojos verdes. ¿Tú que dices?

-Son odiosos.

Entrecerré los ojos de manera imperceptible.

Según lo que Lorelay había llegado a descubrir, durante toda la semana previa al campeonato escolar, tendrían libre derecho a perder clase y para entrenar en cualquier recinto de nuestro instituto.

Era por eso por lo que tendría que tener cuidado si no quería volver a encontrarlos.

-Hei chicas, ¿Habéis visto los nuevos louboutin?- murmuró Sarah acoplándose al grupo.

Suspiré y aparté la vista con indiferencia. Odiaba aquellas conversaciones insustanciales y sin sentido con las que Lorelay y el resto parecían disfrutar. ¿Cómo podían ser tan estúpidas?

Alcé la vista una última vez; no sin arrepentirme al hacerlo. Chloe acababa de entrar, acompañada por una chica que no había visto hasta la fecha. Era nueva, sin duda alguna.

-Oh… las nuevas.

-¿Qué se te ocurre Daphne?

Me mordí la lengua durante unos instantes.

-Ignoradlas.

Cerré los ojos durante un rato. Sabía que aquello daría mucho de lo que hablar. Daphne mostrándose compasiva con dos chicas nuevas que jamás podrían ponerse a nuestra altura…

Sonreí para mis adentros. Me encantaban los problemas.

Pronto, Lance se acercó a nosotras, acompañado por todos los integrantes del equipo de fútbol.

Les saludé con la cabeza esbozando una media sonrisa. Nunca me habían gustado los aires de superioridad que aumentaban cada vez que se acercaban a nosotras.

-¿Qué tal un partido?- murmuró.

-No creo que sea conveniente, el campo exterior estará ocupado por algunos de los atletas del campeonato- respondí con desgana.

-No necesitamos el campo entero.

Respiré hondo intentando ignorar las miradas suplicantes de mis compañeras.

-Adelante entonces.

Los gritos de emoción surcaron el lugar mientras todos se abalanzaban hacia la puerta de salida, precedidos por el entrenador.

Desvié la vista una vez más antes de salir. Chloe seguía mirándome.

Aquella sería una mañana muy larga.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Chloe

- ¿Esos no eran tus amigos?- murmuré, confusa.

No me esperaba por nada del mundo que Daphne me "eligiese" a mí como compañía antes que a ellos.

- Sí- musitó, frunciendo el ceño.

No intercambiamos ninguna otra palabra en el resto del trayecto.

Un vez en el instituto, se desasió de mi brazo y avanzó hacia las escaleras. Tras un instante de duda, corrí hacia ella para ayudarla a subir.

- Si quieres te ayudo yo también- dijo en ese momento una voz masculina, visiblemente divertida.

Nos giramos las dos para ver a Yasher, que se apoyaba en la barandilla como si nada.

- No, gracias- siseó Daphne- Estoy perfectamente.

El chico se encogió de hombros.

- Como quieras.

Y dicho esto se marchó.

Esperamos a que hubiese desaparecido de nuestra vista para seguir ascendiendo por las escaleras.

Una vez arriba, un grupo de personas separó a Daphne de mí, y ella no opuso resistencia.

¿Qué acababa de pasar? ¿Éramos lo que se dice amigas, o simplemente yo le había dado lástima?

Debía dejar de pensar en aquella chica, sólo iba a empeorar las cosas.

- Hola… eres Chloe, ¿verdad?- la voz tímida de una chica me sacó de mis pensamientos.

Alcé la vista. Era una chica de pelo castaño, recogido en una coleta apretada. Era menuda, un poco gordita, y con muchas pecas. Sus ojos oscuros me miraban con curiosidad y timidez.

- Si…- sólo me salió eso.

¿Alguien estaba intentando hablar conmigo? ¿De verdad?

Disimuladamente, por detrás de mi cuerpo, me pellizqué el brazo. Me dolió.

- Hola… yo soy Ciara. Espero que no te moleste, yo también soy nueva, y he visto que estabas sola y…

Sí, en aquel momento me había quedado completamente sola.

- No te preocupes- le corté, con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba hablando con alguien en el instituto. Tuve ganas de pellizcarme otra vez.

- Hace unos minutos me han indicado donde está el gimnasio… si quieres vamos juntas.

- Claro- noté que me temblaba la voz.

Era verdad, a primera hora teníamos gimnasia. Menos mal que me había acordado de ponerme el chándal.

Estuvimos hablando todo el trayecto hacia el gimnasio. Parecía que las dos disfrutábamos de tener alguien con quien hablar. Yo estaba eufórica, por supuesto.

Aunque bajó mi nivel de felicidad cuando entramos en el gimnasio.

De pie en el medio de la enorme sala, estirando, se encontraban las chicas populares, que miraban al resto de la gente con superioridad.

Pululando a su alrededor estaban los atletas, corriendo para calentar antes de la clase.

La mirada de Daphne se clavó en la mía. Me miró de arriba abajo, con total indiferencia, y luego siguió estirando.

"¿Qué ha pasado? ¿Se ha olvidado de mí?" pensé, decepcionada.

- ¿Estiramos?- me preguntó Ciara.

- S-sí- balbuceé, volviendo a la realidad y mirando a mi nueva amiga.

Acto seguido empezamos a estirar, algo torpemente.

sábado, 16 de octubre de 2010

Daphne:

A la mañana siguiente, tardé un cuarto de hora en poder levantarme de la cama. Estaba exhausta, todo me daba vueltas y notaba un intenso dolor en el estómago.

Pero no podía faltar a clase. Ahora que me había propuesto ganar el campeonato, no ir a clase sería una señal de debilidad. Y no iba a permitir que me vieran de aquel modo.

Una vez de pié, y esquivando el desorden de mi habitación, me dirigí al cuarto de baño para empaparme la cara antes de enfrentarme a un nuevo día de instituto.

A primera hora teníamos gimnasia…

-Genial… - murmuré irónicamente mientras cepillaba mi pelo liso.

Me vestí a duras penas y salí de casa sin ni siquiera despedirme de mi madre.

El sol brillaba con fuerza y no había ninguna nube a la vista, pero para mí el día se tornaba de lo más oscuro.

Ya había comenzado la cuenta atrás para el campeonato, y el tobillo había hinchado a lo largo de la noche.

Caminé a grandes zancadas mientras me ponía los cascos de mi IPOD. En aquellos momentos solo pretendía olvidar. O incluso, volver a empezar…

Pero justo cuando pensaba que ya nada podía perturbar mi mente tranquila, Chloe giró la esquina con la cabeza gacha mientras jugueteaba con nerviosismo con una de las borlas que colgaba de su extravagante collar.

Me paré en seco. No esperaba encontrarla allí.

-Parece que vivimos cerca- murmuré.

La aludida levantó la cabeza como si no se esperara que fuera a ella a la que me estuviese dirigiendo. Pero, finalmente, saludó con la cabeza sin despegar las manos del collar.

-¡Hei Daphne!

Me giré de golpe al escuchar mi nombre al fondo de la calle. Aunque no lo necesitaba para saber que los amigos de Lance se estaban acercando.

Miré al frente donde Chloe permanecía paralizada y con la mirada perdida.

-¡Vamos! O llegaremos tarde- susurré.

La agarre del brazo y apuré el paso apoyándome en ella cuando me fallaba el tobillo.

En aquellos momentos podría estar con ellos, como siempre había sido; con gente importante, conocida… Y sin embargo, por algún motivo que hasta a mí misma se me escapaba, había decidido salir corriendo con ella…

Definitivamente, estaba loca.

Quizás La diosa del Apocalipsis, apodo que me había ganado a conciencia, estaba perdiendo facultades.

Suspiré.

Fuera como fuese, nadie podría hacerme cambiar.

viernes, 15 de octubre de 2010

Chloe

Me dirigía a mi clase tranquilamente, sin prisas, porque había salido muy pronto y no quería tener que esperar allí sola demasiado tiempo.

Llegué al local donde daba clases de baile. Era un edificio enorme, lleno de luces, y se rebosaba alegría, y se respiraba música y baile por todas partes. Sonreí, aquel sitio me encantaba, aunque yo parecía no gustarle a los que estaban dentro.

Había empezado a dar clases hacía apenas un mes, cuando me había trasladado a la ciudad, porque quería empezar cuanto antes a hacer algo. A moverme, a no quedarme todo el día encerrada en casa leyendo los libros de medicina que me imponían mis padres.

Entré en el vestuario y me puse la ropa de baile. Aquel día tocaba Hip Hop, y estábamos preparando una nueva coreografía. En realidad, quien quisiese podría apuntarse a un concurso que había organizado la academia, realizando esa misma coreografía.

Mi profesor, James, me había insistido en que debía participar, para adaptarme y eso, pero yo no me sentía capaz. Tenía demasiada vergüenza.

La clase transcurrió de manera normal, sin incidentes. Llena de pasos, y aderezada con un par de miradas de odio y envidia.

Parecía que la gente me odiaba por instinto, por algo que yo no llegaba a comprender.

Suspirando, emprendí el camino de vuelta a mi casa.

Fue entonces cuando los vi.
Los amigos de Daphne.

Iban en un descapotable bastante curioso, estridente incluso, y se reían a mandíbula batiente.

Intenté que no repararan en mí, pero fue inútil. Me observaron con desprecio, e hicieron un comentario tras el cuál comenzaron a reír.

Esperaba que no fuera sobre mí, aunque no me extrañaría nada. Ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas, y había aprendido que, o las pasaba por alto, o me estaría atormentando toda mi vida

Una vez en mi casa, me encontré con que mis padres, para variar, aún no habían llegado, y me puse con los deberes. No tardé ni cinco minutos en acabarlos, y me puse a estudiar el último libro de medicina que me habían encasquetado.

En aquel momento odiaba mi vida.

Al cabo de un rato me cansé de estudiar, y estampé el libro contra el suelo.

- Ya estoy harta- murmuré, y sin saber cómo los ojos se me empezaron a llenar de lágrimas.

Me senté con las piernas cruzadas encima de la cama, con las manos cubriéndome la cara, llorando.

La agonía que sentía en aquel momento era incomparable. La soledad, dolorosa, tremendamente dolorosa, prácticamente mortal.

¿Cómo puede sobrevivir una adolescente de hoy en día con la única compañía de unos padres que no estaban nunca en casa?

En aquel momento, como si oyese mis pensamientos, mi perrita Mina entró en mi habitación y se subió a mi cama, acurrucándose en mi regazo.

Parecía decir “Siempre me tendrás a mí”

La acaricié con ternura, sin poder evitar pensar en lo patético que era que tu mejor amiga en el mundo fuera tu mascota.

Pero aquel era el adjetivo que definía mi vida: patética.

jueves, 14 de octubre de 2010

Daphne

El camino hacia casa se hizo del todo insoportable.

A penas podía llevar disimuladamente los pinchazos de dolor que surcaban mi tobillo izquierdo a cada paso.

Afortunadamente, no había nadie en casa. Mi padre todavía seguía de viaje y mi madre no solía llegar hasta bien entrada la tarde, por lo que no tenía que preocuparme.

Nada más entrar, desconecté el teléfono y me tumbé en el sofá intentando relajarme. Pero sabía que sería del todo imposible… Y todo por aquellas últimas palabras por parte del tal Yasher.

Claro que competiría; y no le daría ninguna oportunidad para poder reírse de mí.

Cerré los ojos y me llevé las manos a la cabeza. Era demasiada presión… Y no habíamos hecho nada más que empezar.

Suspiré. La hoja lo decía bien claro: El Lunes a las seis y media de la mañana. Quedaba a penas una semana.

Por un momento pensé en Chloe.

Para ella todo sería más fácil. Sin preparaciones, sin entrenamientos, sin presión…

Mucho más fácil…

De pronto, el bolsillo exterior de mi mochila comenzó a moverse acompañado por un zumbido imparable. De nuevo el móvil.

Lo agarré con fuerza, reprimiendo las ganas de lanzarlo por la ventana, y lo pegué a mi oreja sabiendo lo que tendría que escuchar.

-¡Daphne! ¿Dónde te has metido? Te he estado buscando…

A pesar de lo distorsionado del sonido, la voz infantil y las palabras atropelladas solo podían ser de una persona.

-¿Acaso creías que aguantaría toda la mañana recluida en una clase? Lorelay que poco me conoces.

-Supuse que te irías. ¡Pero no tan pronto! Tenías que acompañarme a la clase 207.

-¿A la 207? Esa clase está vacía desde que renovaron el aula de nuevas tecnologías.

-Ahora no. ¿No lo recuerdas?

La imagen de Yasher y Arniel me asaltó de pronto. Tenía razón. No estaba vacía…

-No simpatizo con ninguno de los dos. Ve y “diviértete”.

Apagué el móvil antes de oír la respuesta y volví a tumbarme en el sofá con la pierna izquierda en alto.

Estaba segura de que Lorelay no conseguiría nada. Pero, al fin y al cabo, sería algo más de lo que poder reírnos durante toda la semana.

Quizás así podría olvidar el resto… Siempre había oído que la risa ayudaba en cualquier momento.

Noté de nuevo el dolor al intentar cambiar de posición por lo que tuve que cerrar los ojos con fuerza para evitar quejarme.

Participaría en el campeonato aunque fuese la última cosa que hiciese en la vida.

domingo, 10 de octubre de 2010

Chloe

Una vez fuera, mi respiración se normalizó, lo cual fue un total alivio.

Me dirigí hacia el edificio principal, donde teníamos la próxima clase, esperando que Daphne me siguiese, como sería lo normal.

No obstante, ella se giró para empezar a andar en dirección contraria.

- ¿Qué haces?- pregunté, contrariada.

- Me largo de aquí.

Parecía impaciente por terminar aquella conversación.

- Tenemos clase- ya sabía que era obvio, pero no se me ocurría otra cosa que decir.

- Me da igual- se encogió de hombros- necesito tomar el aire.

- ¿Y vas a volver?

Pareció pensárselo, pero al final sonrió de medio lado.

- Tú espérame. Igual aparezco.

Luego se rió entre dientes y se marchó tranquilamente.

La observé andar hasta que desapareció, pensando en que, obviamente, aquello había sido un sarcasmo y no iba a volver.

Me sorprendí a mí misma sintiendo lástima por ese hecho. A pesar de todo, me estaba empezando a caer bien.

Llegué a clase de Matemáticas justo a tiempo. El profesor acababa de llegar, y yo podía correr mucho si me lo proponía. Lo extraño fue que no era capaz de concentrarme. Y eso que las Matemáticas me encantaban, eran mi asignatura favorita. Seguía pensando en aquella chica.

Aunque no me parecía demasiado bien que se saltara todas las clases. Nunca me habían agradado las irresponsabilidades, y menos de ese calibre.

Puede que esa fuera otra de las razones por las que no tenía amigos…

“Es su problema” acabé pensando “puede hacer lo que quiera con su vida”

Aunque claro, le envidiaba un poco. Sentía algo de celos hacia esa forma suya de comportarse, tan despreocupada, tan independiente, tan… solitaria.

Ella, que tenía tantos amigos, y era tan popular, parecía no importarle, y, aun queriendo estar sola, le asaltaban las amistades por doquier.

Yo, en cambio, que deseaba desesperadamente tener amigos, no los tenía, y no era nada popular.

Paradojas de la vida.

Seguía absorta en mis pensamientos cuando una voz me hizo reaccionar:

- ¡Chloe!- me llamaba mi profesor, un tanto mosqueado.

- Ehh, lo siento… ¿Qué me decía?- dije ruborizándome.

- Que si puedes salir a corregir el apartado D- me repitió, despacio.

- Claro.

Y salí a la pizarra con la libreta. Tenía suerte de ser buena en matemáticas, porque, en mi ensimismamiento, me había olvidado de hacer los ejercicios.

Escribí las fórmulas en la pizarra procurando que el profesor no se diese cuenta de que mi libreta estaba totalmente en blanco. Conseguí hacerlo bien, y me volví a sentar.

“Perfecto” pensé, abatida “Empezamos bien el curso…”

El resto de clases pasaron con normalidad, aunque me resultaba bastante difícil atender, porque estaba pensando en cómo hacerme amiga de aquella chica.

Los últimos años solía pasarme los días ideando estrategias para caerle bien a la gente. Lo frustrante era que, por muy buenas que me pareciesen, luego, al ponerlas en práctica, fracasaban estrepitosamente.

Parecía como si el destino se negase en redondo a dejarme tener vida social.

Al final desistí en mi idea de hacer una estrategia, pues ninguna funcionaba, y decidí buscarla después de clase (si es que al final aparecía), y proponerle hacer algo juntas, ir al cine o algo parecido. A lo mejor si probaba con algo simple funcionaba.

Cuando tocó el timbre, recogí mis cosas y la busqué a la salida, pero no la encontré. Pensé que o se había ido o estaba muy bien escondida. Hasta busqué en la sala donde habíamos estado, pero no aparecía.

"No debería de haberla buscado” pensé, abatida "Dejó claro que no iba a volver".

Me extrañé ligeramente de la necesidad que sentía de hacerme amiga de aquella chica en particular. No era precisamente lo que tenía en mente cuando pensaba en “la amiga ideal”. No era habladora, más bien era callada, era poco sociable y le costaba sonreír.

Pero tenía algo… diferente. No sabría explicarlo con palabras, era, simplemente, diferente. Como si nos conociésemos desde hace mucho.

Y me fui a mi casa andando, despacio y con la cabeza gacha.

Daphne:

Apreté los puños para evitar lanzarme contra ellos.

-Permitidme dudarlo.

Chloe me lanzó una mirada de reojo, no había dicho nada desde que aquellos dos petulantes habían entrado en la sala.

-Podéis entrar- murmuré finalmente- siento un profundo rencor hacia vosotros, pero no hace falta que os quedéis en la puerta.

-Adoro la sinceridad- susurró irónicamente aquel que se hacía llamar Yasher mientras cerraba la puerta al pasar.

Me imaginé que sería alguna clase de apoyo.

-Una última pregunta…- susurró Chloe.

Todos fijamos su atención en ella, por fin se había decidido a hablar.

-No sois de este instituto. ¿Verdad?

La miré intrigada. ¿Qué clase de pregunta era aquella? Estaban allí, se habían recorrido todas las clases del centro y…

-Eres muy inteligente- le respondió Arniel clavando sus ojos verdosos en su posición- me había dado cuenta pero no imaginaba que llegaras a deducir eso.

Parpadeé confusa.

-Somos del instituto que compite contra vosotros en el campeonato escolar. Pero nosotros, por voluntad propia, pedimos poder entrar en este equipo. Hoy nos han comunicado que dos miembros del equipo se han lesionado, venimos a sustituirlos- explicó.

-¿Por qué motivo?

-En el otro equipo había bastantes más posibilidades de perder… y nosotros nunca perdemos- susurró Yasher, con aire desafiante.

-¿Así que era eso?- pregunté sonriendo- No era tan impresionante después de todo…

Un sonido estridente y continuo llegó hasta la sala en forma de eco, interrumpiéndome.

-Ya es hora- susurró Chloe mientras se agachaba para recoger mi mochila del suelo.

Lo agradecí, no era necesario que forzase más el tobillo.

-Hasta más ver- murmuré.

Chloe se despidió con la mano, antes de abrir la puerta de golpe para dejarme pasar. Caminé con normalidad, no iba a permitir que se notara mi debilidad delante de aquellos dos.

-Daphne.

Me giré parcialmente para escuchar lo que Yasher tenía que decirme.

-Ten cuidado, nadie querría que no pudieses participar en la competición por culpa del tobillo.

Lo fulminé con la mirada mientras apretaba los dientes para evitar responder a aquello.

-Descuida…

viernes, 8 de octubre de 2010

Chloe

Aquella chica era realmente muy extraña. Mientras la observaba, fascinada, me preguntaba a mí misma qué era lo que me había impulsado a ir a buscarla. Nunca había hecho nada semejante.

Mi mirada vagó hacia la ventana, donde me fijé en los dos chicos perfectos, que caminaban hacia la derecha.

- Sí, son ellos- se limitó a decir- Y vienen para aquí.

- ¿Cómo lo sabes?- pregunté, confusa, a la vez que me levantaba.

Sobrevino un silencio, en el que sus ojos de hielo se clavaron en mí como si intentara atravesarme con ellos.

Tragué saliva, empezando a estar incómoda otra vez.

- Porque por ahí se viene a esta sala, niña.

- Tengo nombre- protesté.

- Pero yo no lo sé- sonrió, parecía estar vacilándome.

- Chloe.

Me miró otra vez, volvió a sonreír y dijo, sencillamente:

- Daphne.

Justo en ese momento, antes de que pudiera decir nada, se abrió la puerta de la sala. Las dos giramos la cabeza automáticamente en esa dirección, y vimos como entraban los dos chicos.

Volví a tragar saliva.

"Tranquilízate, Chloe" me ordené.

Cualquier chica se pondría así al verlos, pero Daphne ni se inmutó.

- Vaya- dijo con voz neutra el chico de pelo castaño- parece que no somos los primeros en llegar.

- ¿Y cómo has llegado a esa brillante conclusión?- se mofó Daphne, poniendo las manos en las caderas.

El chico se limitó a sonreír, como si supiese algo que nosotras no sabíamos, y su compañero se adelantó.

- Nos iremos entonces- sentenció.

Yo seguía petrificada en el sitio, consciente de tener la expresión más ridícula que se puede tener. Se estaban dando la vuelta cuando Daphne volvió a hablar:

- Vosotros sois los nuevos, ¿me equivoco?

Se giraron lentamente.

- Exacto- murmuró el de pelo negro- ¿Y tu eres...?

- Daphne.

Clavó su mirada en ella.

- Yasher, encantado.

- ¿Qué clase de nombre es ese?- la chica sonrió.

- El mío- su voz era desafiante. Luego pareció tranquilizarse- Este es mi hermano Arniel.

"Otro nombre extraño" pensé yo.

- Y esta- me señaló la chica- es mi... esta es Chloe.

"Claro, no iba a decir que yo era su amiga" pensé.

Me limité a asentir secamente con la cabeza y a fruncir los labios, poniéndome colorada.

- Encantado- dijo Arniel en ese momento, y me sonrió.

Bajé la mirada rápidamente. Era tan guapo que me daba vergüenza hasta mirarle.

- ¿De donde sois?- preguntaba Daphne en ese momento.

Los chicos compartieron una mirada cómplice.

- De muy lejos- sonrió Arniel.

- Vale, siguiente pregunta- dijo bruscamente la chica- ¿Cómo es que habéis entrado en el equipo de atletismo tan fácilmente?

Miró directamente a los ojos a Yasher, probablemente intentando demostrar que no le tenía miedo a nada. A mí me hubiese amedrentado, pero no era ése el caso del chico.

- Somos buenos- sonrió.

- Muy buenos- añadió su hermano.

Tragué saliva por enésima vez.

Daphne:

Cuando sonó la campana recogí mis cosas y salí sin mediar palabra con la misma expresión con la que había entrado. La clase se había vuelto del todo pesada tras la salida de los dos chicos nuevos.

Estaba furiosa.

Habían dicho que participarían en el campeonato escolar… ¡Ellos! Dos alumnos nuevos…

El resto de atletas llevábamos años y años entrenando días, noches y festivos para aquella competición. Y sin embargo, ellos, en cuestión de días, habían conseguido entrar sin el más mínimo esfuerzo.

No era justo…

Miré el horario con frustración: Matemáticas, Tecnología, Literatura… Lo sostuve entre mis manos durante unos instantes antes de romperlo y tirarlo a la papelera. Había asistido a la primera clase, ya había cumplido.

Cogí mi mochila y tras esconderla en una esquina, salí del instituto.

Según lo que sabía, ahora los integrantes del grupo de natación estarían entrenando. Solo tenía que esquivar las piscinas y podía entrar en una de las salas especiales del polideportivo para poder entrenar.

La velocidad y la discreción siempre jugaban a mi favor, pero unas voces me entretuvieron a mitad de camino.

-No me gustan sus aires de superioridad.

-Nadie sabe de donde han venido y ya se han hecho con todo el instituto…

-Estoy seguro de que muchos de nosotros nos quedaremos sin participar por culpa de esos dos.

Me mordí la lengua para evitar meterme en la discusión. Al parecer no era la única con aquellas ideas en mente.

Llegué a la sala 15 con el corazón palpitando dolorosamente contra el pecho. Confiaba en poder detenerme a descansar una vez que entrase, pero no fue posible…

Allí estaba aquella chica rubia, con mi mochila en la mano, probablemente esperándome.

-¿Qué haces aquí?- murmuré apretando la mandíbula con fuerza.

-¿Qué haces tú aquí?- preguntó.

Decidí no hacer más preguntas. No estaba de humor para mantener una conversación de aquel tipo.

Cogí mi mochila y la tiré en un rincón.

-Pensaba que te gustaba estar en clase.

-Yo no he dicho lo contrario- contraatacó arqueando las cejas.

-¿A que has venido?- pregunté al fin.

-Solo a preguntarte el porqué… quiero decir… antes quería hablar contigo…

-Lo siento. ¿Contenta? No necesito hablar con nadie ahora. Creo que puedes irte si era eso lo que venías a hacer.

Por el contrario, ella se apoyó contra una pared mirándome fijamente.

Volví a ignorar sus movimientos y me concentré en la pared que tenía delante. Cinco pasos para llegar hasta ella y con una altura de casi tres metros y medio. Perfecto.

Tomé aire y flexioné las rodillas.

El impulso fue suficiente, tal y como esperaba, logrando una voltereta perfecta antes de posarme sobre el suelo de nuevo, algo más calmada.

Intenté ignorar las punzadas de dolor del tobillo mientras continuaba.

Notaba su mirada clavada en mi nuca.

No sabía por qué pero su presencia no me disgustaba; todo lo contrario, parecía comprender con rapidez.

Estuvo allí sentada, todo el tiempo, observando mis movimientos con una mirada de oculta fascinación. Era evidente que sabía que todo aquello no lo había conseguido gracias a alguna clase de gimnasia rítmica.

Justo cuando creía que ya había conseguido concentrarme por completo. Uno de los bolsillos de mi mochila comenzó a vibrar.

Grité de pura desesperación antes de acabar arrodillada por error.

-¿Te has hecho daño?

Se levantó casi al instante, preocupada por mis quejidos.

-No… es el tobillo… esta mañana no lo he apoyado bien y…

-Eh, ¿No son esos los dos de esta mañana?

En aquel momento el dolor del tobillo desapareció repentinamente. Si… eran ellos. Y algo me decía que tendríamos oportunidad de verlos desde más cerca.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Chloe

Tuve que esforzarme muchísimo para no empezar a sudar allí mismo cuando entraron los dos chicos.

Eran tan perfectos que me dejaron sin respiración nada más verlos. Y ese aire de misterio... los hacía irresistibles.

Había visto muchos chicos en mi vida (está bien, puede que no muchos, pero sí bastantes) pero ninguno se podía comparar con aquellos. No les llegaban ni a la suela del zapato.

Cuando salimos de clase, me acerqué a aquella chica.

Sonreí tímidamente por unos instantes, antes de darme cuenta de que ni siquiera me había mirado y había pasado de largo, a pesar de ser evidente que sabía que iba a hablar con ella.

No me di cuenta de la importancia que había tenido esa indiferencia por parte de la que parecía ser la "líder" del instituto hasta que miré a mi alrededor.

Solo luego, cuando vi que todo el mundo me comenzaba a mirarme con desaprobación, riéndose de mí en voz baja, caí en la cuenta. Así habían empezado todos a odiarme en los otros institutos.

Siempre que intentaba hablar con alguien, se burlaban de mí sin motivo aparente. Debía de aparentar ser fácil de manejar, débil e indefensa.

Mis sentimientos no parecían importarle a nadie.

Mis padres no lo comprendían, parecía como si su única misión en la vida fuera asegurarme un futuro. En parte sí, debían hacerlo, pero no de aquella manera. Pasando de mí en lo respectivo a mis problemas de adolescente. Yo no sabía de nadie a quien sus padres lo trataran así.

Pero, cuando no me estaban imponiendo nada, eran muy agradables, y los quería mucho.

Aparte de ellos el único ser que me quería era mi perrita Mina. Pero claro, esto tampoco contaba. Mi pequeña westie (una perrita de pelo largo y blanco) me querría aunque hubiese matado a alguien.

Aunque, por supuesto, solo pensar en la sangre me mareaba.

Una vez de pequeña había encontrado un pajarito muerto. Había estado llorando dos semanas por el pobre pajarito, a pesar de que mis padres me decían que había ido a un lugar mejor. “¿Qué lugar puede haber mejor que éste?” les repetía yo cada vez que me lo decían, y me echaba a llorar otra vez.

En el instituto me pasaba igual. Era demasiado sensible. Cualquier cosa que me decían me emocionaba. Si me dirigían la palabra era realmente feliz. Pero nadie me decía nada, solo me miraban de una forma extraña.

Miré a aquella chica con la que me había chocado. No me había mirado como los demás, pero eso no era una buena noticia para mí, porque simplemente me estaba ignorando.

No me había mirado, ni de reojo, en todo lo que llevábamos de clase. La única muestra que había dado de que se había dado cuenta de mi existencia era no haberse sentado encima de mí.

Ahí estaba ella, tan elegante, regia, tan popular…

Y a su lado aquel chico, visiblemente su novio, que no paraba de mirarla… cuántas veces había deseado yo algo parecido.

Que alguien me mirara de aquella forma.

No es que quisiera ser la más popular del instituto. Yo sueño, sí, pero con cosas posibles.

Simplemente me conformaba con tener varios amigos. Con eso ya sería feliz.

Mi madre siempre decía que era muy fácil contentarme, que me conformaba con cualquier cosa que me quisieran dar. Yo siempre le respondía que, cuando estás acostumbrada a que no te hagan caso, cualquier mínimo rastro de atención que aprecies debía ser bien recibido. Ella me contestaba que así no llegaría a nada, y luego yo le ignoraba. Manteníamos esa conversación como mínimo una vez a la semana.

Observé otra vez a aquella chica, que en aquel momento charlaba con su novio. Al contrario de lo que pudiera pensar cualquiera, no parecía muy animada, si no que parecía tratarle con la misma indiferencia con la que me había mirado a mí.

Me sorprendí queriendo saber más cosas sobre aquella misteriosa chica. La misteriosa morena de ojos azules, con un novio perfecto, una vida social perfecta… y a la que aquello no parecía importarle lo más mínimo. Increíble.

Imposible, más bien.

Daphne:

Entré en la clase de biología con el horario en la mano y la mochila colgada sobre un hombro.

Me había entretenido demasiado tiempo en la entrada.

Las ventanas estaban abiertas, aireando las clases que habían permanecido cerradas durante todo el verano; y las mesas, colocadas de dos en dos, estaban perfectamente alineadas.

Me pregunté cuanto tiempo tardarían en descolocarlas y volverlas a colocar a su manera.

Sonreí para mis adentros; era una escena entrañable.

Todos reían al reencontrarse con amigos que no habían tenido la oportunidad de ver durante dos meses de descanso. Abrazos, historias, regalos…

Caminé entre las mesas atrayendo las miradas de las pocas personas puntuales y me senté al lado de Lance. Como todos los años.

Una vez en mi sitio me aferré al tobillo izquierdo con mala cara intentando que nadie se diese cuenta del dato. Todavía podía notar las punzadas de dolor; no había encajado bien el golpe con aquella chica en la calle.

Maldije para mis adentros. Aquello no me iba a detener, no era una lesión grave…

-¡Todos a vuestros sitios!

Nuestro profesor de biología ya había hecho acto de presencia, arrastrando su malhumor con él.

La clase todavía era un revuelo de estudiantes repentinamente preocupados por llegar tarde; de modo que aproveché para girarme en actitud desafiante, dándole la espalda.

Un suspiro me hizo perder la concentración.

Era aquella chica… La que había chocado conmigo.

Había echado la cabeza hacia delante haciendo que su pelo rubio le tapase parcialmente rostro; sus ojos eran de color miel, y miraban fijamente la mesa que tenía al lado. Estaba sola.

De pronto se giró y me sonrió con timidez al reconocerme.

Puse mi mejor cara de indiferencia, ignorándola por completo, y dirigí mi mirada hacia un Lance sonriente, divertido por mi expresión.

Él era totalmente perfecto; pero al fin y al cabo, un simple capricho.

Me mordí el labio y miré al frente intentando concentrarme justo cuando la puerta se cerró de golpe.

-Daphne…

Fue a penas un susurro, pero pude percibirlo con total claridad. Lorelay, una de mis amigas de la infancia, intentaba llamar mi atención, y por lo alterado de su expresión, deduje que ya llevaba un tiempo intentándolo.

-¿Qué ocurre?

-Atenta.

Levantó la mirada lentamente arqueando las cejas con incredulidad. ¡Era su expresión! La que siempre utilizaba cuando fichaba a algún chico interesante.

Seguí su mirada un tanto divertida hasta encontrar el nuevo objetivo de Lorelay…

Dos chicos altos, apoyados contra la pared con aire despreocupado, bloqueaban la entrada y salida de la estancia.

Uno de ellos, observaba con detenimiento la expresión de nuestro profesor de biología, que se había quedado casi petrificado, con la mirada perdida en algún punto del techo.

-Buenos días- murmuró.

Lo observé con detenimiento. Su cabello era de color castaño claro, lanzando destellos cada vez que la luz del sol que entraba por la ventana incidía directamente sobre su rostro. Sus ojos verdes luchaban por mirarnos a todos, como si intentase recordarnos una vez fuera de la sala.

Lo cierto era que Lorelay había acertado de lleno, parecía sacado de una revista. Rasgos perfectos, alto, fuerte… e incluso con una expresión divertida e indescifrable.

-Sentimos acaparar estos minutos de vuestra clase de biología, pero venimos para comunicarles a los atletas, la fecha, la hora y el lugar donde se celebrará el próximo campeonato escolar.

En aquel momento, el otro chico pareció reaccionar. Dejando a la vista unas hojas que había sujetado hasta aquel momento.

Tomé una bocanada de aire antes de clavar mi mirada en su rostro.

Su cabello era de un tono negro azabache y sus ojos, de un gris azulado, luchaban por intentar igualar la frialdad de mi mirada. Su tez era pálida, y sus rasgos suaves y sutiles podían hacer perder la razón a cualquiera. Parecía mucho mayor; no solo por su altura, sino por su manera de actuar, de moverse, de mirar…

Repartió las hojas con rapidez sin ni siquiera preguntar quienes éramos los atletas. Nos conocía a todos.

-Nosotros también participaremos en la competición y nos encargaremos de llevar a cabo la organización. Si tenéis alguna duda podéis consultárnosla a la salida de las clases en el aula 207.

Desaparecieron casi tan rápido como entraron, haciendo que nuestro profesor recuperara su habitual cara de malhumor mientras comenzaba su charla de iniciación al curso.

Nos esperaba un día muy largo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Chloe

Me levanté de un salto al recordar que día era hoy.
Nerviosa, examiné delante del espejo de mi habitación las enormes manchas amoratadas de debajo de mis ojos, fruto de una noche de nervios e incertidumbre.

Alargué la mano hacia el armario, sin dejar de mirarme en el espejo, y suspiré ante la decisión tan importante que se me planteaba: ¿Qué me iba a poner el primer día de clase?

Aparté mi vista de aquel espejo que estaba minando la poca confianza en mí misma que me quedaba y me decidí al fin.

Fui al cuarto de baño y tras peinarme a conciencia, me vestí. Tenía que causar buena impresión. Fuera como fuese.

Hice mi cama en cuestión de segundos, dejándola un poco de cualquier manera, y salí de mi cuarto canturreando una de mis canciones.

-Chloe ¿Quieres que te acerque al instituto?- preguntó mi madre acercándose a mí.
Me fijé en su mirada preocupada. Sus manos se cernían en torno al auricular del teléfono, probablemente interrumpiendo una llamada importante para intentar prestarme atención.

-Mmm… la verdad es que prefiero ir andando, así se me aclara la mente… aún estoy un poco nerviosa.

No quería molestarla, estaba muy ocupada con su trabajo y sabía que sería un inconveniente para ella llevarme, aunque nunca lo hubiese demostrado. Siempre estaba muy ocupada.

Cogí mi mochila y tras comprobar que estaba todo por decimoquinta vez, salí por la puerta.
El camino hasta el instituto no era largo. Tenía tiempo de sobra, pero aún así apuré el paso al máximo. Estaba tan concentrada en mi destino, que a penas me percaté cuando choqué con una chica que acababa de salir de su casa.

Caí de espaldas propulsada por el golpe, pero para mi sorpresa, ella ágilmente había dado una voltereta y permanecía de pie mirándome, con expresión interesada y un tanto molesta.
Era una chica de pelo negro hasta la cintura y con unos penetrantes ojos azules. Llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta de color rojo que, por aquel movimiento brusco, se había levantado levemente, dejando ver un vientre plano adornado con un piercing en su ombligo. No se me escapó ese detalle: nunca me habían gustado nada los piercings, pero tenía que reconocer que a ella le quedaba bien.

También llevaba prisa, ya que nada mas mirarme se dio la vuelta y comenzó a correr.

En cuanto dobló la esquina, miré el reloj preocupada, me levanté de un salto y recogí mi mochila. Yo tampoco tenía un segundo que perder, me aclaré las ideas y salí corriendo en la misma dirección en la que lo había hecho aquella chica misteriosa.

No se me había pasado por la cabeza que pudiera ir al mismo instituto que yo, hasta que la vi en la entrada, hablando con un grupo muy numeroso de gente. Todo el mundo parecía admirarla mucho, y querer obtener su atención.

Me preguntaba quién sería aquella chica.

En ese momento, un timbre extremadamente estridente hizo que tuviera que taparme los oídos con las manos. No me di cuenta de que era la campana que marcaba el inicio de las clases hasta que vi que todo el mundo empezaba a entrar en el edificio.

Me apresuré a seguirles, con un nudo en el estómago. Tenía un mal presentimiento.

Daphne:

Cuando conseguí abrir los ojos, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo. El reloj marcaba las ocho y media.

Me quité las mantas de encima y abrí la ventana procurando no hacer ruido. El dolor de cabeza con el que me había acostado todavía luchaba por hacerme la mañana imposible.

La luz del sol ya iluminaba la estancia, lanzando destellos de luz al espejo del armario y a los CD’s de música apilados sobre el escritorio, que había reunido durante el último mes del verano.

Llené los pulmones del aire fresco de la mañana y salí de mi cuarto esquivando la ropa y los libros tirados por el suelo.

“Lunes” pensé. Y no pude reprimir un suspiro.

Mis articulaciones comenzaron a estallar a medida que descendía las escaleras hacia el piso de abajo.

Tuve que pararme a respirar hondo para evitar desplomarme. El cansancio nunca había sido superior a mis fuerzas, pero en las últimas semanas hasta el ejercicio mínimo de los entrenamientos para la competición, se me hacía insoportable.

Había abusado de mis habilidades como atleta y ahora no tardarían en descalificarme del campeonato escolar que se celebraba cada cinco años. Si tu generación era la elegida, el año en el que entrabas en el instituto escogían a los mejores atletas, que se entrenaban duro para la gran competición que llenaría el centro de prestigio, premios y mejoras educativas.

No tendría otra oportunidad para intentarlo.

Cinco años de entrenamiento eran demasiados para permitir que me descalificasen. Nadie se interpondría en mi camino.

-¡Daphne!

-Ya estoy despierta, mamá- murmuré al llegar al umbral de la puerta de la cocina.

-¿Ya?- preguntó irónica- ¿Has visto que hora es?

Llevaba puesto un traje negro y entallado, bajo el que destacaba una blusa grisácea. Su cabello dorado estaba recogido en un moño y bajo sus ojos azules, que yo había heredado, se distinguían dos leves manchas de color violáceo.

No había conseguido dormir.

-Si no te das prisa vas a llegar tarde.

Bufé para restarle importancia.

Odiaba los lunes; no por el hecho de comenzar la semana con una sesión interminable de clases aburridas en el instituto, sino porqué el domingo era el día de la semana en el que más entrenaba.

En mi idioma, “Lunes” significaba cansancio.

Los murmullos de mi madre se extinguieron poco después, cuando el timbre de la puerta la hizo reaccionar. Su compañera de gabinete venía a recogerla.

Observé el reloj con desprecio, todavía estaba a tiempo.

Me armé de todo el valor posible y me dispuse a vestirme, imaginando que no sería la única en aquella situación…

domingo, 3 de octubre de 2010

Prólogo.

“El tiempo se detuvo en el momento en el que sus ojos color miel se clavaron en los míos.

La lucha continuaba. El resto de hombres y mujeres armados todavía entregaba alma y cuerpo en la batalla. Pero yo ya no era consciente del surco de sangre que empapaba el terreno yermo.

Ahora solo éramos ella y yo...

Juntas y separadas.

No quise escucharles cuando hablaron del destino… Y en el fondo siempre supe que tenían razón. Habíamos nacido para permanecer unidas… sabiendo que no podríamos sobrevivir las dos.

Su mueca de odio y rencor se había transformado en una expresión dulce, como siempre había sido… Nunca tuvo que ser de otra manera.

Siempre había oído hablar sobre la dificultad de adaptación a las circunstancias más adversas, pero nunca hubiese imaginado que fuese de aquel modo. Y a pesar de todo, sé que volvería a pasar por todo ese dolor para que ella no tuviese que hacerlo nunca más.

No pensaba atacarla, de hecho confiaba en que ella lo hiciese, pero sus músculos parecían tan relajados como los míos.

Alzó el brazo derecho pausadamente y se lo llevó a la espalda para desenvainar un arma que había pasado desapercibida asta aquel instante, pero que yo ya conocía…

Acabaría conmigo con mis propias armas. Al fin y al cabo era una justa venganza.

Era una espada perfecta, tallada en un acero que resplandecía con un brillo rojizo, como si unas llamas eternas la estuviesen consumiendo.

Agaché la cabeza en señal de derrota.

Pude escuchar el zumbido del filo de la espada al cortar el viento… antes de clavarse en el suelo ante mí.

La miré con una admiración insana y el indestructible acero me devolvió el reflejo de mi mirada… fría… como siempre había sido. Quizás todo había vuelto a la normalidad. Para bien… o para mal.

Ella todavía permanecía inmóvil frente a mí cuando me decidí a levantar la mirada. No encontraba las palabras necesarias para agradecerle todo lo que había hecho por mí durante todo aquel tiempo, pero no necesité pensar en ello.

Pude percibirlo incluso antes de que ocurriese.

Una gran masa de oscuridad se acercaba a nosotras a una velocidad inimaginable.

No… Ella no. Tenía que salvarse.

Pudo percibir el horror reflejado en mi mirada, por lo que alzó un brazo formando una cúpula protectora a nuestro alrededor. Solo necesité un instante para que una lágrima descendiera por mi rostro entumecido.

No habría otra oportunidad. En el fondo siempre supe que daría mi vida por ella.

Di un paso vacilante hacia atrás; pero antes de abandonar aquel lugar que nos mantenía con vida, esbocé una media sonrisa.

Observé su expresión confundida durante unos instantes.

Mis últimos pensamientos, irían para ella.

“Para siempre… Juntas”